Nacido en Concordia,
Entre Ríos, Javier Colli es compositor de música litoraleña. Reside desde
pequeño en la ciudad de Santa Fe, donde formó los conjuntos “Alma chamamecera”
(1998) y “La Tríada” (1999), con el cual recorrió buena parte del país. Ha
participado en los principales festivales de Chamamé de la región litoraleña,
compartiendo escenario con creadores de la talla de Raúl Barboza, Chango
Spasiuk y Carlos Pino. Javier nos recibe en su casa de la capital santafesina
para compartir con nosotros importantes aspectos de su labor artística.
¿Cómo comenzaste a tocar música?
Yo provengo
de una familia de músicos, tengo familiares que tocan acordeón, guitarra. Hay
reuniones familiares muy musicales. Y yo crecí escuchando. Uno andaba corriendo
alrededor de los músicos, y después llegó el momento… Había un acordeón en
casa, y la curiosidad hizo que aprendiera de manera autodidacta. Los géneros
del litoral son, por lo general, de transmisión oral, o sea que no hay mucha
partitura, y lo que hay (partituras de chamamé) son muy de la línea melódica.
Pero la línea melódica que está escrita no tiene nada que ver con lo que se ejecuta.
Hay un abismo muy grande entre ella y el gusto que le da el intérprete. El
músico se forma más escuchando a otros músicos que siguiendo lo que está
escrito. También uno tuvo la suerte, o la “cosa a favor” en esta época, el tema
de las comunicaciones, de tener acceso a la escucha de muchos artistas. Yo me
considero un instrumentista, sobre todo. Donde me permiten poner el acordeón
sobre alguna música yo, con todo respeto, trato de aportar mi granito de arena.
Hago mi base en el chamamé, pero donde me invitan a participar accedo
gustoso.
¿Eras chico cuando tuviste tu primer
acordeón?
No era tan
chico, tenía 12 o 13 años. Veo fotos de chicos que comienzan antes. Pero
también tiene que ver el grado de curiosidad que uno le ponga. En la escena
nacional aparecieron Los de Imaguaré,
un grupo correntino, y más adelante Rudi
y Nini Flores y el grupo Reencuentro,
que dieron un cambio, un mensaje diferente a lo que se venía escuchando, y que
a mí me impactaron, me incentivaron a ahondar en el instrumento. Pasaba muchas
horas con el acordeón tratando de emular sonidos. Eso es parte del aprendizaje
que uno va adquiriendo. Después empecé a estudiar música, porque llega un
momento que te das cuenta que no te alcanza (lo que sabés) en las cuestiones
técnicas y armónicas. Estudié con profesores de acordeón y di un paso fugaz por
el Instituto Superior de Música, hechos que me permitieron cerrar un poco más
la parte teórica y los conocimientos más técnicos del instrumento: escalas,
etc. Ahí se va conformando todo un sonido: escuchando a uno y a otro. En el año
2000 escucho en vivo a Raúl Barboza,
que volvía de Francia, y nosotros justo habíamos ganado el Festival Nacional del Chamamé, en Federal (Entre Ríos); tocamos
esa misma noche. Para mí fue un impacto escuchar a Raúl, esa nueva forma de
tocar, mucho más improvisado, una “vuelta de hoja” a lo que se venía
escuchando. Es un maestro del quien he tratado de tomar cosas.
Tuviste un trío con Horacio Castillo
y Yunez Paiduj…
Nosotros en
el 99 armamos un grupo (La Tríada).
Cada uno estaba en lo suyo, haciendo sus cosas en la música, y, si se quiere,
“diferente”, pensando en una cuota de género. Diferente porque llegamos a un
conocimiento y pensamos en darle un aporte académico, no nos quedemos con lo
tradicional. De ahí en más empezamos a trabajar arreglos distintos,
armonización, y nos fue bastante bien. En los eventos en que participamos nos
fue bien, recorrimos el país en distintos encuentros de músicos. Tenemos
hermosos recuerdos sobre todo por los conocimientos que pudimos adquirir en esa
breve etapa.
Más allá de la labor artística en sí,
se valora el encuentro con otros músicos, la parte más “humana”…
Los ciclos
como “Músicas de Provincia” en
Buenos Aires, el encuentro “Desde Nosotros” en Córdoba, en Unquillo,
en Tucumán, en Chaco, con Coqui Ortiz,
la verdad un montón de lugares donde nos enriquecimos muchísimo porque esos
encuentros son muy interesantes, muy lindos. Uno entra en contacto con otros
colegas y ve la gran cantidad de músicos de otras regiones que están en una
búsqueda permanente por dejar un aporte. Considero muy bello a los (encuentros)
de folklore. Gente que estudia mucho y trata de dar un buen aporte al folklore
en general. Como decíamos, uno no está amparado por el establishment, todo se hace a pulmón, tal como nos iniciamos
nosotros. Ha sido muy grato encontrarse con tanta gente de todo el país. Hay
algunos encuentros que creo se siguen haciendo, como “Músicas de Provincia”… Se
hace el de San Antonio, el de La Paz (Entre Ríos), que es más de chamamé pero
puede ir cualquiera (gente que hace otros géneros). Es muy interesante, primero
por lo que significa como tal el encuentro, esto es, sin presiones, sin el
tiempo para irse, sino para compartir, y después el hecho de intercambiar
conceptos, ideas, expectativas.
Aquí, a nivel regional, también hay
varios Festivales…
Aquí en
Santa Fe capital no hay muchos. Está el Festival del Pescador, este año estuve
acompañando a un gran cantautor, Miguel
Ángel Morelli, y hay algunos festivales de las localidades. En el formato
Festival, Entre Ríos trabaja esto un poco mejor. Acá somos más diversos: ahora
se está realizando un festival muy importante de jazz; Santa Fe toma un poco
más de todos los géneros. También se realiza un festival de rock. Hay más
riqueza en la oferta. Por el lado de Entre Ríos es un poco más folklórico.
Muchos artistas santafesinos trabajan bastante allá. Tuve la suerte de haber
participado en varios festivales.
¿Cómo has vivido el Festival Nacional de
Chamamé, en Corrientes?
Corrientes,
de por sí, podemos decir que es “un país aparte”: realmente me toco sentirlo.
Porque el correntino siente tal orgullo por su chamamé, su provincianía, cuestión que es difícil ver en otros provincianos.
Como decía (Luis) Landriscina: “el santiagueño es más sutil”, ama mucho a su provincia
pero es más sutil. Para el correntino, primero está Corrientes. “Si Argentina
tiene problemas, Corrientes la va a ayudar”. Realmente son así, defienden el
chamamé y eso ha permitido que no se les metan otros géneros foráneos a la
provincia. Por supuesto, la juventud escucha de todo, pero está muy arraigado
el chamamé. Y lo defienden muchísimo, cosa que celebro. Los que estamos
alrededor tenemos una sana envidia por ese orgullo por su género musical.
Realmente me tocó vivirlo, me tocó apreciarlo y disfrutarlo. Fue una
experiencia enriquecedora. Pasa mucho lo que te decía al principio respecto a
los años 60 y 70: se aprecia mucho al buen músico, por así decirlo: el buen
cantor, el buen guitarrista, la verdad es que hay mucho respeto por eso. Yo
sentí mucho el aprecio de grandes maestros que me saludaron. Para mí es un
honor, porque yo crecí escuchando a Paquito
Aranda. Que grandes músicos te vengan a saludar, que gusten de lo que uno
hace, demuestra un gran respeto,
despegarse del ego. Si el maestro tiene esa actitud, de ahí para abajo la gente
lo mismo. Realmente me gustó mucho y estoy contento por cómo nos fue. Sentí que
apreciaron nuestro trabajo. Esperamos que el próximo año podamos volver a
expresarnos allá.
Te hemos escuchado en vivo en el
Festival “Sonamos Latinoamérica” y también en tu último disco, apreciando en
ambos casos un estilo propio. Si bien los ritmos son reconocibles como chamamé
o rasguido doble, hay algo especial: un toque propio basado en las raíces
musicales.
Esto es una
continuidad de lo que veníamos trabajando con La Tríada. Latinoamérica tiene
una base rítmica similar, toda Latinoamérica: 6/8, está metido en muchos ritmos
latinoamericanos, entonces uno de los aspectos que tratamos de destacar es eso: por ejemplo, a una polka correntina
meterle un pasillo venezolano, o a un rasguido doble ligarlo con una bossa
nova. Son algunos de los aspectos que tratamos de trabajar y que les hemos dado
continuidad. Estos dos discos que llevo editados reflejan un poco esa búsqueda
de latinoamericanizar esta música.
Porque Latinoamérica es muy rica para englobarla. Es una música muy rica para
escuchar y para apreciar. Y a su vez, como decíamos, tiene una base rítmica
similar. Entonces nos gusta jugar con esos ritmos y lograr una música que sea
agradable para la gente.
¿Cómo ves el panorama del chamamé
para los nuevos músicos que desean abordar este género?
Yo veo en
este momento un abanico bastante amplio de posibilidades. Está el artista que
piensa en el mercado y está el artista que hoy, gracias a la comunicación,
sigue estudiando y perfeccionando lo que hace. Yo veo que hay muchos colegas
que están estudiando, que están trabajando y que tratan de poner colores nuevos.
Realmente es muy interesante. Muchos acordeonistas, grupos, tratan de saltar el
muro de lo que venían haciendo y unos están arriba, otros están saltando, otros
subiendo, pero realmente hay una búsqueda nueva como la de ciertos músicos: Mauro Bonamino (de Ituzaingó,
Corrientes), Lucas Monzón, de Chaco,
el citado Coqui Ortiz, el Chango Spasiuk, y muchos artistas que
están buscando nuevos colores en la música. Y me parece un bello aporte que
está marcando un camino y que, fundamentalmente, el mensaje es no dejarse
vencer por el mercado. Es decir, dar un aporte, un enriquecimiento a la música.
Llegará el momento en que se reconozca o no, pero no se dejan vencer y eso es
lo más importante. Como otras movidas, tal el caso de Sonamos Latinoamérica. Son faros donde la gente puede ir a apreciar
otra cosa. Entonces yo creo que hay que apoyarlos. Cuando me convocó el Poli (Oscar Gomítolo, al Sonamos…), lo viví como un evento que nos hace
intercambiar a gran escala con colegas de otros países. Tuve la oportunidad de
compartir con músicos colombianos, venezolanos, uruguayos y realmente hay que
apoyar estos encuentros porque son muy importantes. Fundamentalmente es el mensaje, no claudicar
contra el mercado. Y como decía
Atahualpa, a la gente hay que darle lo que merece y no lo que pide, a veces.
Así que es una búsqueda muy interesante.
Hace muy poco has compartido
grabaciones con Gabriela Roldán y Miguel Ángel Morelli, ¿cómo han sido esos
encuentros?
Fundamentalmente
(no lo quiero reducir a un sesionismo) aquí en Santa Fe he tenido la
oportunidad de participar en grabaciones con innumerables artistas. Esto
también me reconforta y hace a la gran camaradería, a la lucha común de los
artistas por llevar adelante nuestra música.
También he grabado con músicos entrerrianos; trabajo mucho en las
producciones independientes.
¿Cuáles son tus proyectos? ¿Preparás
un nuevo disco?
Ahora estoy
grabando el tercer disco. Tenemos la mitad del disco grabado y estoy trabajando
en lo que es la composición. Como en el disco anterior (con nueve obras de mi
autoría), este nuevo trabajo implica un desafío: quiero seguir en esa línea.
Trabajar en la composición y los arreglos es un proceso bastante largo. En el
medio voy trabajando con otros colegas, así que lleva su tiempo. Y respecto a componer,
tengo un criterio similar al del autor: escribe algo, no le gusta, lo hace un
bollito y va al cesto. Yo creo que debo trabajar de la misma forma la
composición. Estuve trabajando un montón, pero si no me gusta, arranco de cero
nuevamente, desecho lo que estaba haciendo y vuelvo a hacerlo. Este material,
al igual que un libro, es para toda la vida. Entonces no quiero apurar los
tiempos, quiero realizar algo de lo que me sienta conforme. Es la óptica con
que lo llevo adelante. Considero que, aparte del apuro que uno tenga por sacar
el disco, hay que tomarse su tiempo y hacer las cosas a conciencia. El disco lo
empecé el año pasado y voy por la mitad. Por suerte tuve bastante actividad con
los festivales, así que ahora retomo ese trabajo con los muchachos: tenemos
tres o cuatro temas para empezar a trabajar. Y después cuando está la canción
hay que realizar los arreglos.
Del disco Matizando recuerdos, me llamó la atención un tema: “La peña
de Hugo”
Lo compuse
para un amigo que tiene una peña particular. Hugo aprecia lo que hacemos y
siempre estamos en contacto; él sigue toda nuestra carrera. Le debía un
homenaje a su apoyo incondicional. Así que le dediqué un tema que se llama “La
peña de Hugo”. Y justo estábamos armando el tema en homenaje a Horacio
Castillo, yo lo había invitado a participar a Julito Ramírez, que es un bandoneonista y acordeonista chaqueño, de
Barranqueras, es quien habitualmente acompaña a Coqui Ortiz. Nos hicimos muy
amigos en Córdoba con él: nos encontramos en una radio por primera vez, y
éramos dos chamameceros en Córdoba, entre tantas chacareras, zambas y tonadas,
y nos apartamos del grupo y comenzamos a armar cosas, y así surgió una hermosa
amistad. Yo lo convoqué a grabar en el homenaje porque él también había grabado
con Horacio. Inicialmente lo había grabado con acordeón solo. Lo invité, así
que quedó grabado con acordeón, bandoneón y guitarra. Creo que fue feliz la
invitación.
¿Has tenido oportunidad de mostrar tu
arte en otros países?
Por el
momento no. Es el gran anhelo. Creo que todo es una cuestión de momentos. Hasta
ahora no se han dado las circunstancias. Me gustaría llevar el mensaje de lo
que uno hace a otros espacios. Por suerte a la Argentina sigo recorriéndola: Corrientes, Formosa, Buenos Aires, he llegado hasta Río Negro en varias oportunidades.
Grabé en esa provincia con amigos de Río Colorado, de Allen, así que sigo
recorriendo el país llevando la música del litoral.
Muchas gracias.
Discografía
Agua dulce (SonoAr, 2008)
Matizando recuerdos (Alternativa Musical Argentina, 2011)
Sitio web oficial:
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