Se han
cumplido 30 años de la primera visita de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés a la
Argentina. En plena primavera
democrática, las históricas presentaciones en el Estadio Obras Sanitarias
fueron registradas en diferentes formatos. Ofrecemos a continuación la emotiva
crónica publicada en la revista HUM®, que da testimonio de las esperanzas y las
pasiones de aquellos tiempos. El material se complementa con la opinión del
recital ofrecido por Mario Benedetti y Daniel Viglietti pocos días después de
la actuación de los cubanos.
Música
y poesía
Por Alejandro C. Tarruella
Silvio Rodríguez y
Pablo Milanés dejaron escrito que son populares como el que más. Las
conferencias de prensa pueden evitarse para impedir desbordes de mediocridad.
Hubo quienes se asustaron por la presencia de los cubanos pero hay que creer:
no le pegan a nadie. Piero tuvo un incidente cítrico. A Viglietti y Benedetti
hay que juntarlos en un dúo para que paseen por los pueblos y los llenen de
poesía.
Cantando
bajito, silbadas a veces en una calle o en una cassette furtiva llegada de
España, se conocieron hace algunos años las canciones de Silvio Rodríguez y
Pablo Milanés. En estos pagos no muy bien remunerados, sin estridencias, “Playa
Girón”, “Pequeña serenata diurna” (que se conoció en versión de Chico Buarque),
“Años”, gestaron una ceremonia silenciosa en los años duros. De ahí que la llegada de los cubanos a la
Argentina fue ni más ni menos que un estallido jubiloso. No por la
conferencia de prensa que, salvo escasísimas intervenciones sensatas, fue un
compendio de infortunios. ¿Desde cuándo los amigos de los artistas saludan en
la conferencia? ¿No era en el atrio? Sigo. No por el casi infradotado
hombrecito de un noticiero numerado de la televisión, quien le preguntó a
Silvio si sabía que en estos lares lo seguían solamente los estudiantes.
Tampoco por un ultragil, raro espécimen de periodista radiofónico con trenzas,
que señaló que ambos iban a cantarle a la burguesía.
Obviando esas desdichadas referencias, cada una de las noches de Silvio Rodríguez
y Pablo Milanés en recital fueron un renacer, una elaboración fecunda de una
nueva canción en serio. Una masa de jóvenes se agolpó en las puertas de “Obras”
en cada una de las presentaciones de los cubanos., a través de las cuales dos
países de América Latina fortalecen un vínculo histórico.
“¡Lo
que ha sucedido aquí es increíble!”, me decía Pablo Milanés horas después
de la segunda noche., mirando a través de la ventana de su habitación. “Esa correspondencia entre el público y
nosotros, que canten nuestras canciones cuando se nos ve por primera vez, se
nos ha dado en pocas ocasiones”.
Si bien “Obras”
no pareció ser el lugar ideal para las bulliciosas presentaciones de Silvio y
Pablo, las incidencias del sonido, tradicionales, casi folklóricas (con perdón
de Julio Márbiz), no pudieron obviar el caudal emotivo de los recitales. De ahí
que en las fechas iniciales, cuando Silvio Rodríguez no encontraba el retorno
para escuchar su guitarra, el público no fue exigente en exceso, sólo importaba
consumar esa comunión que estrechó a los trovadores en un solidario abrazo con
la gente.
Que
un hombre solitario con su guitarra genere un clima de atención, de silencio en
torno suyo, habla de la capacidad expresiva no sólo del intérprete sino
básicamente de su propuesta. Silvio demostró de ese modo, cantando en un
extremo de la sencillez, que quien pasa a través de la canción es la vida, que
se puede jugar con sus objetos propios, letra, música, arreglos, historia. No
es en absoluto cantar de protesta el suyo, el de la trova. En todo caso ocurre
que está inserto en una realidad y la expresa. No hay actitudes paternalistas,
típicas de cierta protesta de aquí que no cree en el prójimo sino en la medida
en que se le inyecta un pensamiento, una idea. “¿Hasta dónde debemos practicar las verdades? ¿Hasta dónde sabemos? –se
pregunta en “Playa Girón”. “Que escriban
pues la historia, su historia, los hombres del Playa Girón.” Por ahí viene la
cosa, al reconocer que el otro debe escribir lo suyo.
PAPI
Y EL VENTILADOR
Esa misma claridad llevó a Silvio a
censurar la belicosidad verbal del público, tan incisiva y reiterada en estos
tiempos, que quebraba su clima y, en fin, rompía los nervios. “Ustedes están haciendo mucha bulla”,
decía Silvio a la gente al comenzar la primera noche. Los del gallinero pedían
que se apagasen los ventiladores. Ante la insistencia de un energúmeno de
inconfesable ubicación, el cubano replicó: “Sí,
papi, ya van a apagar el ventilador.” Y una carcajada general cerró el
caso.
Hay quienes se han dedicado a asustarse
con la presencia de los cubanos; en la radio se escucharon voces de penosa
disidencia, incluso la de algunos que viven de la “pasada” de discos (se dice
que se paga cerca de doscientos pesos por cada rodada). Conviene decirles que
estos tíos son tremendamente populares. Lo
son en el sonido de las guitarras, donde hay sones flotando en nubes, donde
vagan ritmos que vienen del folklore propio. Y son populares porque tratan asuntos cotidianos con palabras
enriquecidas, al punto de convertir el habla en pura poesía. “Te doy una
canción si abro una puerta y de las sombras sales tú. Te doy una canción de
madrugada, cuando más quiero tu luz”, se cantó por estos días.
Pablo fue una sorpresa. No sólo su
carácter afable, su emoción de cada noche (en una ocasión se levantó de su
silla, fue a un costado del escenario y lloró), sino su “polenta” que no
traducen los discos. Cantando ese bellísimo tema referido a Chile, “Yo pisaré
las calles nuevamente”, en esos aires donde anda el feeling cubano, cierto
sonido pariente del bolero, solista o secundado por el grupo, Pablo iluminó las noches con su fresca
espontaneidad, con sus canciones populares que golpean la indiferencia. Las
canciones nuevas (“Dedicada a los diez años que llevo con mi compañera”), o las conocidas, llevan el trazo indeleble
de esa rara capacidad de comunicación que ambos trajeron a estas tierras.
Los músicos del grupo fueron Jorge
Francisco Aragón y Oropeza, tecladista; Eduardo Ramos Montes, bajo, y Francisco
Bejerano Santana, percusión. El tecladista se llevó los mayores lauros por esa
mezcla de virtuosismo y capacidad de improvisación. Ramos Montes puso en el bajo,
sin estridencias, solidez rítmica mientras que la percusión resultó un tanto
formal, sin novedades.
Las alturas del estadio no
alcanzaron a contener lo que fue la conjunción de Pablo y Silvio, con sus sones
y a dúo. El “Rabo de nube” fue antológico; pocas veces dos artistas sacan al
aire un fresco armónico similar. Estos tíos son increíbles: la propia gente que
los acompañaba, incluso el director de Cubartista, Pedro Orlando Fernández
Rodríguez (¡no tenés apellido!), simulaba un baile y saltaba en los aplausos
cerrados de la gente.
En las noches con invitados, parece
que a Piero no le fue muy bien. Dicen que le voló un naranjazo ni bien balbuceó
“Para el pueblo…” Qué se le va a hacer, quizás el lanzador interpretó “Para
Piero lo que es de Piero”. Digamos que esa franela de las invitaciones, salvo
honradísimas y gratificantes excepciones, resultan tediosas. Lo de Piero, un
hecho cítrico, a todas luces.
La
poesía y la musicalidad de los adelantados de la trova fueron absolutas en este
recorrido argentino, un hecho anhelado que seguramente escribirá sus páginas
propias en la incidencia sobre los autores de estos pagos. El espíritu
trovador, de cantar para hacer la vida, estuvo presente con Silvio Rodríguez y
Pablo Milanés. Y ese camino, para bien, no tiene retorno.
DE
VERSOS Y CHARRÚAS
Días después
de la apertura del ciclo de los cubanos, los charrúas coparon “Obras” para
escuchar a “Zupay” y un recital de Daniel Viglietti y Mario Benedetti. Era una
noche de solidaridad con los presos políticos uruguayos. Lleno casi total, el
esperanzado “se va a acabar, se va a
acabar, la dictadura en Uruguay”, el espectáculo de los muchachos vendiendo
los periódicos políticos y la apertura de las adhesiones. “Zupay” abrió la
cosa, hizo un extenso muestrario de temas con novedades como “Informe de la
situación” y dos temas de Piero.
Lo significativo del encuentro fue
el recital conjunto de Benedetti y Viglietti. Liliana Daunes, a cargo de la
conducción, pidió previamente una abstinencia de aplausos para posibilitar la
continuidad de las canciones y los poemas, enhebrados en una pieza impecable.
Benedetti, con poemas nuevos, hizo un itinerario de los exilios, los retornos (“Quiero creer que estoy volviendo”,
decía don Mario) en ese tono coloquial y directo, tan suyo. Viglietti retomó, a
veces en fragmentos que se unían en torno de un poema, su creación reciente: “Trabajo de hormiga”.
No siempre un
recital que incluye poesía congrega tanto silencio, tanta receptividad. El “Por
qué cantamos” en la voz de su autor, con fondo de guitarra, y “Subversión de
Carlitos el Mago” quedarán clavados en los oídos de mucha gente por su enorme
poder comunicativo, por sus palabras exactas. Lo primero que se le ocurre a
cualquiera después de escuchar esa sesión de lujo, es pensar: ¿no se podrá
hacer un disco de todo esto? Al menos
queda la esperanza de una reiteración de palabras y canciones, en voz y
guitarra de este dúo charrúa y dará mucho que sentir.
Alejandro C. Tarruella
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