jueves, 10 de abril de 2014

Silvio & Pablo y Daniel & Mario: socios contra el silencio


Se han cumplido 30 años de la primera visita de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés a la Argentina. En plena primavera democrática, las históricas presentaciones en el Estadio Obras Sanitarias fueron registradas en diferentes formatos. Ofrecemos a continuación la emotiva crónica publicada en la revista HUM®, que da testimonio de las esperanzas y las pasiones de aquellos tiempos. El material se complementa con la opinión del recital ofrecido por Mario Benedetti y Daniel Viglietti pocos días después de la actuación de los cubanos.

 

Música y poesía

Por Alejandro C. Tarruella

Silvio Rodríguez y Pablo Milanés dejaron escrito que son populares como el que más. Las conferencias de prensa pueden evitarse para impedir desbordes de mediocridad. Hubo quienes se asustaron por la presencia de los cubanos pero hay que creer: no le pegan a nadie. Piero tuvo un incidente cítrico. A Viglietti y Benedetti hay que juntarlos en un dúo para que paseen por los pueblos y los llenen de poesía.



 


Cantando bajito, silbadas a veces en una calle o en una cassette furtiva llegada de España, se conocieron hace algunos años las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. En estos pagos no muy bien remunerados, sin estridencias, “Playa Girón”, “Pequeña serenata diurna” (que se conoció en versión de Chico Buarque), “Años”, gestaron una ceremonia silenciosa en los años duros. De ahí que la llegada de los cubanos a la Argentina fue ni más ni menos que un estallido jubiloso. No por la conferencia de prensa que, salvo escasísimas intervenciones sensatas, fue un compendio de infortunios. ¿Desde cuándo los amigos de los artistas saludan en la conferencia? ¿No era en el atrio? Sigo. No por el casi infradotado hombrecito de un noticiero numerado de la televisión, quien le preguntó a Silvio si sabía que en estos lares lo seguían solamente los estudiantes. Tampoco por un ultragil, raro espécimen de periodista radiofónico con trenzas, que señaló que ambos iban a cantarle a la burguesía.

             Obviando esas desdichadas referencias, cada una de las noches de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés en recital fueron un renacer, una elaboración fecunda de una nueva canción en serio. Una masa de jóvenes se agolpó en las puertas de “Obras” en cada una de las presentaciones de los cubanos., a través de las cuales dos países de América Latina fortalecen un vínculo histórico.

            “¡Lo que ha sucedido aquí es increíble!”, me decía Pablo Milanés horas después de la segunda noche., mirando a través de la ventana de su habitación. “Esa correspondencia entre el público y nosotros, que canten nuestras canciones cuando se nos ve por primera vez, se nos ha dado en pocas ocasiones”.

            Si bien “Obras” no pareció ser el lugar ideal para las bulliciosas presentaciones de Silvio y Pablo, las incidencias del sonido, tradicionales, casi folklóricas (con perdón de Julio Márbiz), no pudieron obviar el caudal emotivo de los recitales. De ahí que en las fechas iniciales, cuando Silvio Rodríguez no encontraba el retorno para escuchar su guitarra, el público no fue exigente en exceso, sólo importaba consumar esa comunión que estrechó a los trovadores en un solidario abrazo con la gente.

            Que un hombre solitario con su guitarra genere un clima de atención, de silencio en torno suyo, habla de la capacidad expresiva no sólo del intérprete sino básicamente de su propuesta. Silvio demostró de ese modo, cantando en un extremo de la sencillez, que quien pasa a través de la canción es la vida, que se puede jugar con sus objetos propios, letra, música, arreglos, historia. No es en absoluto cantar de protesta el suyo, el de la trova. En todo caso ocurre que está inserto en una realidad y la expresa. No hay actitudes paternalistas, típicas de cierta protesta de aquí que no cree en el prójimo sino en la medida en que se le inyecta un pensamiento, una idea. “¿Hasta dónde debemos practicar las verdades? ¿Hasta dónde sabemos? –se pregunta en “Playa Girón”. “Que escriban pues la historia, su historia, los hombres del Playa Girón.” Por ahí viene la cosa, al reconocer que el otro debe escribir lo suyo.

 

PAPI Y EL VENTILADOR

            Esa misma claridad llevó a Silvio a censurar la belicosidad verbal del público, tan incisiva y reiterada en estos tiempos, que quebraba su clima y, en fin, rompía los nervios. “Ustedes están haciendo mucha bulla”, decía Silvio a la gente al comenzar la primera noche. Los del gallinero pedían que se apagasen los ventiladores. Ante la insistencia de un energúmeno de inconfesable ubicación, el cubano replicó: “Sí, papi, ya van a apagar el ventilador.” Y una carcajada general cerró el caso.

            Hay quienes se han dedicado a asustarse con la presencia de los cubanos; en la radio se escucharon voces de penosa disidencia, incluso la de algunos que viven de la “pasada” de discos (se dice que se paga cerca de doscientos pesos por cada rodada). Conviene decirles que estos tíos son tremendamente populares. Lo son en el sonido de las guitarras, donde hay sones flotando en nubes, donde vagan ritmos que vienen del folklore propio. Y son populares porque tratan asuntos cotidianos con palabras enriquecidas, al punto de convertir el habla en pura poesía. “Te doy una canción si abro una puerta y de las sombras sales tú. Te doy una canción de madrugada, cuando más quiero tu luz”, se cantó por estos días.

            Pablo fue una sorpresa. No sólo su carácter afable, su emoción de cada noche (en una ocasión se levantó de su silla, fue a un costado del escenario y lloró), sino su “polenta” que no traducen los discos. Cantando ese bellísimo tema referido a Chile, “Yo pisaré las calles nuevamente”, en esos aires donde anda el feeling cubano, cierto sonido pariente del bolero, solista o secundado por el grupo, Pablo iluminó las noches con su fresca espontaneidad, con sus canciones populares que golpean la indiferencia. Las canciones nuevas (“Dedicada a los diez años que llevo con mi compañera”), o las conocidas, llevan el trazo indeleble de esa rara capacidad de comunicación que ambos trajeron a estas tierras.




 


 

 

            Los músicos del grupo fueron Jorge Francisco Aragón y Oropeza, tecladista; Eduardo Ramos Montes, bajo, y Francisco Bejerano Santana, percusión. El tecladista se llevó los mayores lauros por esa mezcla de virtuosismo y capacidad de improvisación. Ramos Montes puso en el bajo, sin estridencias, solidez rítmica mientras que la percusión resultó un tanto formal, sin novedades.

            Las alturas del estadio no alcanzaron a contener lo que fue la conjunción de Pablo y Silvio, con sus sones y a dúo. El “Rabo de nube” fue antológico; pocas veces dos artistas sacan al aire un fresco armónico similar. Estos tíos son increíbles: la propia gente que los acompañaba, incluso el director de Cubartista, Pedro Orlando Fernández Rodríguez (¡no tenés apellido!), simulaba un baile y saltaba en los aplausos cerrados de la gente.

            En las noches con invitados, parece que a Piero no le fue muy bien. Dicen que le voló un naranjazo ni bien balbuceó “Para el pueblo…” Qué se le va a hacer, quizás el lanzador interpretó “Para Piero lo que es de Piero”. Digamos que esa franela de las invitaciones, salvo honradísimas y gratificantes excepciones, resultan tediosas. Lo de Piero, un hecho cítrico, a todas luces.

            La poesía y la musicalidad de los adelantados de la trova fueron absolutas en este recorrido argentino, un hecho anhelado que seguramente escribirá sus páginas propias en la incidencia sobre los autores de estos pagos. El espíritu trovador, de cantar para hacer la vida, estuvo presente con Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Y ese camino, para bien, no tiene retorno.

 

 

DE VERSOS Y CHARRÚAS

 




            Días después de la apertura del ciclo de los cubanos, los charrúas coparon “Obras” para escuchar a “Zupay” y un recital de Daniel Viglietti y Mario Benedetti. Era una noche de solidaridad con los presos políticos uruguayos. Lleno casi total, el esperanzado “se va a acabar, se va a acabar, la dictadura en Uruguay”, el espectáculo de los muchachos vendiendo los periódicos políticos y la apertura de las adhesiones. “Zupay” abrió la cosa, hizo un extenso muestrario de temas con novedades como “Informe de la situación” y dos temas de Piero.

            Lo significativo del encuentro fue el recital conjunto de Benedetti y Viglietti. Liliana Daunes, a cargo de la conducción, pidió previamente una abstinencia de aplausos para posibilitar la continuidad de las canciones y los poemas, enhebrados en una pieza impecable. Benedetti, con poemas nuevos, hizo un itinerario de los exilios, los retornos (“Quiero creer que estoy volviendo”, decía don Mario) en ese tono coloquial y directo, tan suyo. Viglietti retomó, a veces en fragmentos que se unían en torno de un poema, su creación reciente: “Trabajo de hormiga”.

            No siempre un recital que incluye poesía congrega tanto silencio, tanta receptividad. El “Por qué cantamos” en la voz de su autor, con fondo de guitarra, y “Subversión de Carlitos el Mago” quedarán clavados en los oídos de mucha gente por su enorme poder comunicativo, por sus palabras exactas. Lo primero que se le ocurre a cualquiera después de escuchar esa sesión de lujo, es pensar: ¿no se podrá hacer un disco de todo esto? Al menos queda la esperanza de una reiteración de palabras y canciones, en voz y guitarra de este dúo charrúa y dará mucho que sentir.

                                                       Alejandro C. Tarruella

 
Agradecemos la gentileza del Sr. Tarruella en permitirnos publicar este material histórico de gran interés para el público amante de la trova latinoamericana.

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