domingo, 7 de mayo de 2017

Violeta Parra, la guitarra indócil

Patricio Manns, escritor y cantautor chileno, presentó en la Feria del Libro la reedición de su libro, semblanza de Violeta Parra publicada originalmente en España en 1977.




Patricio Manns presenta “Violeta Parra, la guitarra indócil”
Feria Internacional del Libro de Buenos Aires
Predio Ferial de Palermo
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Argentina
Martes 2 de mayo de 2017


“Muy buenas tardes. Bienvenidos al Homenaje a Violeta Parra en el centenario de su nacimiento, que estamos celebrando desde la Embajada de Chile con el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, la DIBAM (Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile) y también con las empresas chilenas presentes aquí en Argentina CCU (Compañía Cervecerías Unidas) y Enap Sipetrol. Hoy, como saben, vamos a presentar el lanzamiento aquí del libro de Patricio Manns ‘Violeta Parra, la guitarra indócil’. Para eso quiero pedirles un fuerte aplauso a Patricio Manns…”

(Aplausos)

“…y también a Daniel Divinsky, fundador de Ediciones de la Flor y amigo personal de Violeta Parra también, aquí en Buenos Aires. Cabe mencionar que Patricio Manns, para todos los chilenos aquí presentes o todos quienes lo conocen, sabrán que además de ser un gran cantautor chileno y también un amigo muy personal de Violeta. Saludamos también la presencia de María José Fontesilla, la Agregada Cultural de Chile aquí en Argentina, la señora Micaela Navarrete, encargada del Archivo de Literatura Oral de la Biblioteca Nacional de Chile, y dejo con ustedes ahora a Ana Laura Caruso, editora de la Editorial Penguin Random House, la cual lanza este libro, quien nos va a hablar de la distribución de este libro y el lanzamiento aquí en Buenos Aires”.

(Aplausos)

Ana Laura Caruso: “Buenas noches. Muchas gracias a todos por venir. En nombre de la Editorial Penguin Random House les agradecemos. Gracias también a la Embajada de Chile por haber organizado este evento. Es un libro especial, que tiene más de 40 años y estamos muy contentos de poder lanzarlo en Argentina, en esta edición muy hermosa de Lumen. Quienes no tienen el libro pueden comprarlo en el Pabellón Rojo stand 1017, es un stand naranja, gigante, lo van a ver saliendo por acá. Los dejo con Patricio y con Daniel. Muchas gracias”.

(Aplausos)


Ana Laura Caruso


Daniel Divinsky: “Buenas tardes. Creo que me toca una función enormemente redundante. Primero porque presentar a Patricio Manns en la Argentina es casi inútil: es sumamente conocido como novelista, como cantante, su obra literaria es más estudiada casi en Argentina, con distintas universidades, que en Chile mismo. Y presentar un libro que se editó por primera vez en 1976 y que estamos presentando ahora, “Violeta Parra, la guitarra indócil”, que ha sido editado nuevamente por Random este año y reeditado ya, debido al enorme éxito que tuvo, se hace un poco una tarea innecesaria”.


Daniel Divinsky


“Primero voy a hablar de la relación que me une con Violeta, que es la que me hizo un gran placer estar presente en este acto. La presencia de Violeta Parra en Argentina fue casi clandestina. La conocí en 1962 en Santiago, donde se hacían unos cursos internacionales de temporada en la Universidad de Chile, a los que fui como becario. Ángel Parra, su hijo, era uno de los alumnos del curso y dijo: ‘mi madre quiere conocerlos. Vengan a mi casa’. Fuimos ahí en alegre caravana los nueve becarios. Al llegar a la puerta—yo usaba anteojos en esa época—me dijo: ‘quítate las gafas’. Muy nervioso me las quité, me miró a los ojos y me dijo: ‘puedes pasar’. Haber pasado ese examen fue una de las cosas más extremas que sentí en esa época, como casi adolescente. Organizó una reunión con sopaipillas y con empanadas. En la delegación había una matemática de alta escuela que tocaba la guitarra. Cuando se lo dijimos la incitó a cantar. Beatriz empezó a cantar y en algún momento le gritó: ‘¡abre la boca! ¡Cuando se canta se abre la boca!’ Por supuesto que Beatriz quedó intimidada y no pudo volver a cantar en toda la noche”.

“Con un grupo de amigos organizamos la presencia de Violeta Parra en la Argentina. Ella tenía planeado un viaje. Se instaló primero en un hotel que por entonces era bastante astroso, el Hotel Fénix, al lado del Teatro Payró, en San Martín y Córdoba, hoy es un NH Splendor bastante vintage, y a partir de ahí tratamos de que se difundiera su obra. Conseguimos, con un grupo de amigos, que el Teatro IFT de la calle Boulogne sur Mer le diera una función un día sábado, para la cual vendimos aceleradamente entradas todos los amigos. Lautaro Murúa, el director chileno, fue uno de los que promovió su actuación y habló en la presentación. Y como forma de promoverla conseguimos que Hugo Guerrero Marthineitz, que por entonces era bastante progresista, la invitara a un programa de televisión en Canal 7 que hacían por el momento en vivo.  Violeta fue. Violeta cantó Y arriba quemando el sol. Terminó el programa y sonó el teléfono. Lo llamaron a Guerrero Marthineitz. Le dijeron: ‘Peruano maldito, finalmente te has dado el gusto de hacer un programa comunista. Ya vas a ver lo que te va a pasar’. Era el comienzo de cosas que pasaron mucho después en la Argentina. Pasó el tiempo. Seguía en 1964 en Buenos Aires y adquirió un departamentito en un misterioso inquilinato en Belgrano R, donde por aquella época se transmitía los sábados un programa de televisión muy popular: los “Sábados circulares de Nicolás Mancera”. Con un grupo de amigos organizamos los “Domingos circulares de Violeta Parra”. Nos reuníamos en la casa desde el mediodía hasta que las velas no ardieran y cantaban los que cantaban: Carlos Di Fulvio estrenó ahí algunas de sus canciones. En algún momento un amigo consiguió una filmadora y filmó una película en colores que luego se la dio para revelar a una azafata que era su novia por entonces. Se la llevó a revelar a Estados Unidos. Se terminó el idilio y se perdió la película: nunca la pudimos recuperar”. 




“Llega en ese momento una invitación a Violeta para el Festival Mundial de las Juventudes en Helsinki, Finlandia y ahí parte con sus canciones, con sus arpilleras, con su guitarra y la siguiente noticia que tengo de ella es en París. Fui a esa ciudad invitado por mi padrino, era mi primer viaje a Europa. Voy caminando por la calle y veo que se había realizado una exposición de sus arpilleras en el Museo de Artes Decorativas del Louvre, que acababa de terminar. Me fui para allí. Estaban levantando las arpilleras que habíamos conocido aquí, porque le habíamos comprado la lana y la tela para que las hiciera, y consigo que me den la dirección de la calle Monsieur le Prince, donde estaba viviendo. Pero nadie sabía en qué piso. La solución para encontrarla fue empezar a subir esa escalera tortuosa cantando Qué pena siente el alma. Y al llegar se abrió la puerta y salió Violeta con su entusiasmo de siempre. Y realmente sentí que el viaje cobraba otro sentido. Pero realmente nada de eso surge—ni tendría por qué surgir—del hermoso libro que le dedicó Patricio Manns, por el que estamos reunidos esta noche acá para comentar. El libro es una radiografía de la historia política, social y cultural en Chile durante los años en los cuales Violeta vivió. La vida de Violeta no aparece contada: no es una biografía, sí enhebrada con la relación que tuvo con el neofolklore y Patricio, entre sus muchas vertientes artísticas, una especie de Leonardo da Vinci de la época moderna—aparte de cantautor, novelista, compositor—tuvo la oportunidad de cantar junto a Violeta en lo que fue la Peña de los Parra, en la Carpa maravillosa que ella armó en sus últimos tiempos. Su fracaso económico fue una de las razones que la llevaron al suicidio. Hablar de Patricio Manns es hablar de una parte importante de la vida de Violeta, que él refleja en este libro. Creo que él tiene mucho que decir sobre eso. Nada más”.

(Aplausos)

Patricio Manns: “Voy a tener que rayar la cancha de entrada para comprender bien de qué se trata este librito. Es una obra que me encargó una editorial española [Ediciones Júcar] cuando yo vivía en París, en la época del exilio. En realidad lo habíamos tratado en Chile este libro, pero cuando descubrieron que estaba viviendo en Francia me empezaron a “bombardear” con peticiones, con recordatorios: ‘acuérdate que dijiste’, que acá y que allá. Ellos tenían una colección que se llamaba “Los Juglares”. Una editorial pequeña pero de mucha difusión. Ya había aparecido allí Daniel Viglietti, Atahualpa [Yupanqui], Chico Buarque… Se trataba de que los propios cantantes contaran la vida de uno de los suyos. Por ejemplo, Daniel Viglietti fue contado por Mario Benedetti.  Y así sucesivamente. A Chico Buarque lo narró un brasileño, no recuerdo quién era. A Silvio Rodríguez un cantautor cubano lo historió ahí. Y a mí me tocó Violeta Parra, por esos azares de la vida. Ahora yo teniendo la ventaja, como le decía a los periodistas recién, yo le llevo una cabeza de ventaja a los demás, porque tuve la ocasión de convivir con ella en circunstancias distintas. Generalmente viajábamos mucho, sea en avión, en buses, caminos de tierra, llegando a las 4 de la mañana a comer algo, muertos de sueño. Y llenos de tierra nos bajábamos en un lugar para cantar, en un teatro. No teníamos tiempo ni para lavarnos los dientes ni para tomar un trago. Del bus al escenario. Y ahí andábamos, “con olor a vaivén”, todas esas cosas. Eran experiencias lindas, porque todas las noches pasaban cosas muy hermosas. Yo me acuerdo, por ejemplo, que ella estrenó algunas canciones que hacía en la gira, y, mientras yo estaba durmiendo una siesta para estar bien en la noche, ella estaba componiendo, con su charango y todas esas cosas. Las canciones que hacía a la tarde las cantaba a la noche. Tenía esa percepción y esa memoria que no todos tenemos. Yo cuando compongo, grabo. Yo no escribo música, así que tengo que grabar: tengo una grabadora o el teléfono de la Alejandra [Lastra, su compañera]. Y allí digo: bueno, pongo la línea melódica y después pongo los textos, que es más fácil para mí hacerlo así. Pero ella tenía su técnica: memorizaba los textos y los cantaba esa misma noche. Me acuerdo cuando estrenó “Las últimas composiciones de Violeta Parra”, tal el nombre de su último disco. Allí venían las tres “clásicas”: Run Run se fue pa’l norte, Volver a los 17 y Gracias a la vida. Estaba cantando una de ellas cuando el texto se le fue. Estábamos en la Carpa [de La Reina], en una función. Entonces dijo: ‘tengo el texto en mi pieza, que está por allá al fondo. Voy a buscar el texto y vengo’. Dejó la guitarra ahí y partió pa’ dentro. La gente ya se había curado [embriagado] chupando allí, y ella buscaba el texto, el pedazo de papel, para completar la actuación”.

Patricio Manns

“Sobre Violeta se dicen muchas cosas, la mayor parte de las cuales no son verdad. No son efectivas. Ustedes saben que cuando empieza a haber gente que sobresale del medio hay una mitología que empieza alrededor de ese personaje, quiera o no quiera. Y cada cual dice: ‘yo soy amigo—supongamos—de Serrat’  ‘Y yo también, un día estábamos chupando’. A lo mejor Serrat no chupó nunca en algún bar con algún tipo desconocido. Yo lo conozco y sé que no es de ese tipo de gente. Entonces, en torno de Violeta se creó una mitología apenas empezó a cantar. Ella tenía, cómo decirlo, características físicas que son muy llamativas. Lo dice ella misma: ‘soy una mujer sumamente corta’. Así se definía: ‘ soy una mujer sumamente corta’. Tenía 1, 50 m de estatura, era un poquito regordeta, patitas chiquitas, andaba con faldas hasta abajo. Yo le decía: ‘debes mostrar las cañas más arriba’. ‘Chuta, ponte minifalda’. ‘Ese es el secreto mejor guardado—decía--: mis piernas’. Y además usaba vestidos de colores, de lanas, porque le gustaba destacarse de esa manera. Era imposible que pasara inadvertida por la calle: primero, andaba con un charango al cuello, la guitarra al lado, ambos instrumentos andaban con ella de arriba pa’ abajo. Y andaba vendiendo charangos. De repente tenía cinco charangos al cogote que habían venido de Bolivia. Ella los colgaba todos acá y vendía los charangos. A mí me enchufó uno. Que, por supuesto, desapareció en uno de mis tantos traslados. Se quedó en alguna parte.”

“Voy a citar a Atahualpa, apropósito de la pérdida del instrumento. Atahualpa Yupanqui, que es de ustedes [los argentinos] pero es también de nosotros. Dice:

Vendí mis lindas alforjas.
Mi guitarra, ¡la vendi!
…………………………………….
Vihuela, dónde andarás,
qué manos te están tocando.
Noches enteras pensando
siquiera como consuelo,
que sea un canto de este suelo
lo que te están arrancando...!

(Aplausos)

Estos versos son de un disco de Atahualpa, “El payador perseguido”, que no es muy conocido, lamentablemente. Yo lo encontré en Mendoza, porque se me había perdido el original. En Mendoza encontré un ejemplar, ya medio usado, con algunas gotas de vino, se ve que había vivido el disco”.

“Rastreando la poesía de Violeta, por ejemplo, y rastreando la poesía de Atahualpa, y rastreando, más encima, por atrás de la poesía gauchesca, hay versos que los tres repiten, así que yo no sé a quién pertenecen. En el “Martín Fierro” hay un verso que dice: ‘…y dónde irá el güey que no are?’ como diciendo: está condenado al arado. Atahualpa dice ‘..y dónde irá el buey que no are?’, y Violeta, en una canción que le dedicó a un uruguayo que era su amor en aquel tiempo dice: ‘a dónde va el buey que no are’. En los tres: el “Martín Fierro”, “Las coplas del payador perseguido” y las “Décimas” de Violeta aparece este verso misterioso. Y para provocar la curiosidad del mundo lo voy a usar en el próximo poema. Voy a ser el cuarto ‘propietario’ del verso”.



“Violeta era de difícil acceso. Era de esas personas que eran melancólicas pese a esa tremenda energía, parecía una locomotora diésel ella. Porque cocinaba, cantaba, lavaba, qué sé yo…la Carpa suya era ella. Estaba en la cocina, después estaba en el escenario, poniendo las mesas, una cosa increíble. Todas las noches. Cuando tenía tiempo me iba yo, con  mi grupo, Las Voces Andinas, y cantábamos allí para ayudarla un poco, porque a veces no tenía mucho público. Entonces le decía: ‘Violeta, esta noche voy pa’ allá. Ponlo en El Mercurio para que vaya más gente’, porque costaba mucho llegar allí. Era un lodazal despoblado y nadie se atrevía a salir a buscar un taxi, no había ni calles cerca. Pero era una cosa increíble. Ella sola en la Carpa. Una carpa de 1500 m y en el fondo había un cuchitril donde dormía ella. Podrían haberla asaltado un millón de veces. Pero era así. Y cuando se mató estaba sola ese día. No había nadie en su casa. Como decía, era una persona compleja, no podía ser simple una persona con esa capacidad de versificar a lo divino y ‘a lo que no importa qué’, era algo increíble, ¿no? No puedes pedirle, además, que sea una señora así, campechana. No. Era compleja. Y ella comprendía su complejidad. Ella la hacía sentir a veces. Además, era una mina que se expresaba así, como dijo Daniel: ‘¡Abre la boca cuando cantas!’ Ese tipo de gente. Intervenía  con una pachorra increíble, se metía con cualquiera, le paraba el carro a cualquiera, no la podías hacer callar a la Violeta. Ni dormida yo creo que se callaba. Y estaba siempre con la guitarra ahí, dándole cosas, el cerebro trabajando, y trabajando, y trabajando. Y tirando cosas. Esta frase se la robé a ella. Decía: ‘yo viajo por el mundo con los ojos abiertos, corazón sin parabrisas’. Entonces yo dije: ‘he aquí una enseñanza’. Entonces viajo por el mundo con los ojos abiertos y el corazón sin parabrisas. Tenía, pese a su—cómo decirlo, para no herir a nadie, ni a mí—demorado físico, ese 1,50 m, una cara india, pese a que no tenía apellidos indios, mapuches. Parra no es necesariamente mapuche y Sandoval tampoco. Tenía una cara de india, redonda, y una sonrisa maravillosa. Cuando sonreía, y lo hacía raramente, desaparecía Violeta Parra y se quedaba allí la sonrisa. Y unos ojos negros así, como están aquí [muestra la portada del libro].Los que tengan el libro miren los ojos: insondables, negros, profundos. Era un fenómeno. Como todo lo que de ella emanaba, todo lo que ella producía, y no estoy endiosándola. Quiero evitarlo, quiero mostrarla como era. Por eso este libro no es una biografía: son semblanzas a lo largo de los años que vivimos juntos. No es que haya sido su marido ni mucho menos, sino que andábamos cantando juntos. Hacíamos giras por Chile de Arica a Magallanes. Nos fuimos dos o tres veces a Bolivia, a una peña que había allá. Allá encontró a uno de sus novios. Nos fuimos a Europa para el Cincuentenario de la Revolución de Octubre, que fue maravilloso. Desfilamos por las calles de Moscú a las 12 del día, frente al Kremlin, frente a Lenin, y sudando la gota gorda. Con un millón de rusos con nosotros y todos con la botella de vodka aquí atrás. Íbamos cucarros [ebrios] ahí marchando. No era así una cosa marcial, era una cosa que se arrastraba y se arrastraba bajo el sol. Me acuerdo de ese día: fue increíble. Por ahí estaba [Leonid] Brezhnev en la tribuna, y Lenin estaba un poco más abajo, acostado, con una vela prendida. Y lo saludaban marchando afuera. Era la histórica pasada o nosotros que estábamos pasando frente a la historia".
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"En el libro cito una historia que considero verdadera en la medida que la persona que estaba con ella fue una mujer que vivió conmigo durante algún tiempo, una folklorista que murió hace unos meses. ella estaba con Violeta en un hotel, en Puerto Montt. Le dice a la compañera: 'vamos al Correo que está allí, en la plaza'. Y van las dos al Correo. Entra, se acerca a una chica que está allí y le dice: 'deme papel y lápiz, por favor, porque hoy voy a mandar un telegrama. la chica le pasa todos los materiales. Ella redacta el telegrama, se lo pasa a la chica, ésta lo lee y le dice: 'señora, yo no puedo mandar esto. Me echan'. 'No, yo garantizo que no te van a echar, mándalo  nomás'. 'Tengo que consultar con mi jefe'. 'Perfecto. Llama a tu jefe u lo hablamos con él'. Llega el jefe. A todo esto no había leído el telegrama. 'Usted es la señora Parra. ¿Tiene función esta noche acá?' Y quedaron ahí conversando. '¿Puedo servirle en algo?' 'Yo quiero enviar un telegrama. Ya lo redacté y la chica se lo entegó creo que a usted.?. 'Ah, ya'. El tipo lee el telegrama y le dice: 'Señora, ¿qué quiere que haga con esto?' 'Envíelo, si para eso estamos acá en el Correo' 'Pero este telegrama no lo puedo enviar'. '¿Me da la dirección del sujeto?' 'El siervo, póngale, nomás'.'Y su dirección'. 'Carpa de La Reina, Santiago'. ¿Saben lo que decía el telegrama?: 'OYE DIOS, ¿POR QUÉ NO ME MANDAS UN TERREMOTO?' Era el 22 de mayo de 1960. a los 15 minutos hizo como que mandaba el telegrama y cerró. Se produce el mayor sismo que he conocido en la historia de la humanidad. El de 1960 en el centro de Chile. 14 provincias se fueron abajo. Casi la mitad del país. Incluso han tratado de refutarme esta historia:'jamás lo dijo' 'nunca hemos oído hablar de esto', hasta sus hijos. Pero yo garantizo que la señora que estaba a mi lado me contó, en la cama, ahí fumando, una noche, como una cosa personal. Entonces garantizo que es verdad que mandó el telegrama. Del resto yo saco los pies del plato, no garantizo que el terremoto haya venido por el telegrama. Pero vino el terremoto,y era la petición que ella había hecho. Seguramente oyó que el día anterior había habido un terremoto en Concepción, enorme, y eso creó las sucesivas grietas subterráneas que van provocando los terremotos. Sacudió la zona que va entre Valdivia y Chiloé y yo creo que hacia más abajo también, hacia la Patagonia. 10.000 muertos, 14 provincias en el suelo, todo eso. El libro se abre así para mostrarles el carácter de Violeta y para mostrarles estas cosas singulares de su personalidad. en fin, ustedes van a juzgar cuando tengan el libro en las manos y lo lean'.

'Esta historia está relacionada con algo que va a pasar ahora: nosotros cantábamos en la Peña [de los Parra]los días jueves, viernes y sábados. Estaban Víctor Jara, Rolando Alarcón, Violeta, yo mismo, y los Parra chicos, digamos (Ángel y Chabela). Y los domingos nos íbamos a la casa de Ángel Parra, que tenía una parcelita en el Barrio Alto, para arriba, en Santiago,  cerca de la Cordillera. Íbamos a comer un asado; íbamos como mellizos, todos pegados unos a otros. un día Violeta llegó más tarde. Habíamos empezado a comer incluso y aparece Violeta. El pelo echado hacia adelante, llorando, y con un charango colgado al cuello. Llega allá y dice: 'a ver, les voy a cantar una canción que acabo de hacer. Tienen que aprendérsela todos. En algún momento de sus vidas la van a cantar'. Y ¿saben qué ha cantado? Corazón maldito. Y es terrible: una canción trágica, porque se le había ido un novio. Se le había escapado un novio pa’ Bolivia, no sé pa’ dónde. Y escribe una canción inmediatamente. Porque reaccionaba con canciones frente a sus pesares, a sus tristezas, a sus alegrías, cosas que pasaran.  Y consiguió una canción sobre el acontecimiento del día. Muchas son las canciones en las que sale el halo autobiográfico. Hay que mirarlas con más atención y ponerles oído para saber. Pero sucede que andando el tiempo, habiendo pasado yo mismo 30 años exiliado, volví a Sudamérica, porque estoy cantando en Argentina, en Chile, por el momento he andado por acá nomás. Acabo de volver de una gira por Europa, donde hemos dejado excelentes amigos y nos llevaron. Dimos 10 o 12 conciertos en Bélgica, Suecia y Francia, en septiembre pasado. Resulta que en julio próximo—no conozco la fecha exacta pero va a tener bastante notoriedad—en el Teatro Colón de Buenos Aires se va a hacer un Concierto en Homenaje a Violeta Parra. En el marco de sus 100 años. Eso va a ser organizado por la Embajada chilena y, por supuesto, me llamaron a mí para que cantara una canción de Violeta Parra. ¿Y saben cuál me han asignado? Corazón maldito. 50 años después tengo que cantarla”.

“Ahora les propongo algo. Esto de hablar así es medio latoso. Hagámoslo como un conversatorio.  Porque yo no sé cuáles son las inquietudes que ustedes tienen con respecto a Violeta, qué es lo que quieren saber exactamente, y yo contestaré en la medida de lo posible. Así que en este momento voy a abrir, si están de acuerdo [dicho conversatorio]. Les pregunté incluyendo también a Daniel. No lo dejen mucho tiempo callado porque se va a quedar dormido. (Risas). Entonces abramos el conversatorio. Hagan la mayor cantidad de preguntas posibles”.


“¿En qué momento Violeta toma el cuatro como instrumento? Al menos yo la conocí con el cuatro”.

“Ella tocaba también el charango y el bombo legüero y la guitarra, desde luego. Eso le viene de su estancia en París, donde hay dos peñas: “La escala” y “La Candelaria”, una en una esquina y otra cruzando la calle. Son peñas parecidas a la que Ángel inauguró acá en Chile. En “La escala”, por ejemplo, cantaba [Gabriel] García Márquez, cantaba boleros. Pero lo acompañaban con guitarra porque él no tocaba ningún instrumento. Tenía una voz delgadita así, medio parecida a la de Julio Jaramillo, un cantante ecuatoriano que murió hace años. Esas peñas tienen un cierto prestigio: ahí cantaron algunas personas que incluso no son cantantes. Entraron, se calentaron el hocico y subieron a cantar al escenario. Igual que en La Habana, cuando uno entra a “La Bodeguita del Medio” y lo único que encuentras dentro está relacionado con Ernest Hemingway: la mesa de él, que nadie puede ocupar, etc. En Valparaíso había un bar famoso, el “Roland Bar” donde también iba un poeta, escritor, conocido. Iba Neruda también y llevaba a sus amigos, que lo iban a ver. En una mesa habían escrito él [Neruda] y [Federico] García Lorca un verso cada uno. Cada uno estaba con un verso vuelto hacia allá pero eran correspondientes. Uno escribió primero con un cuchillo, después el otro escribió con un cuchillo al otro lado lo suyo. Y esa mesa no sé dónde estará ahora. Eso habría que rescatarlo y meterlo en el museo de Neruda e Viña del Mar, en Valparaíso…”
“Más preguntas. No me dejen de hablar porque me voy para otra parte yo.”




Daniel: “No sé si conocen la última actuación de Violeta en ‘La candelaria’. Estaba empezando a cantar y la gente seguía comiendo y hablando. Y de repente tiró el bombo y dijo: ‘¡mientras canto no se come!’ y fue su última actuación en ‘La Candelaria’ porque los dueños preferían que la gente comiera”.

Patricio: “Es un problema en las peñas. Porque el público está tan cerca de uno y les pasan comida y ellos tienen, de repente, ganas de intercambiar opiniones sobre lo que está pasando arriba del escenario. Y el Ángel se ponía enojadísimo. Lo hacían callar a garabato limpio. Es bien difícil manejar las emociones de la gente. De repente uno canta una canción y se emocionan y comentan, y la emoción se va y queda la interrupción. Pero se hace con lo que hay. Más preguntas, por favor”.

“El Rin del angelito lo compuso en Europa?”

Patricio: “Lo que pasa es que yo no la conocí a Violeta cuando estaba en Chile. Yo la conocí cuando llegó de Europa a la peña nuestra en [la calle] Carmen 340. Y esa canción aquí ya se cantaba por otra gente. Incluso los hijos cantaban eso. Yo a Violeta la conocí muy tarde. Ya la Nueva Canción Chilena hacía rato que estaba funcionando. Cuando ella llega a Chile se encuentra con esta cosa que le hemos dado vuelta el mapa. Lo que existía como ‘canción chilena’ se había borrado y había aparecido la Nueva Canción Chilena, con sus hijos en primera fila y otros gallos que yo no había visto nunca. Yo creo que la compuso en Chile. Es una canción que tiene un ritmo chilote. Yo viví en Chiloé y nunca escuché el ritmo, pero dicen que es chilote. Hay que creerle al que encontró el ritmo allá. Un ritmo que viene de España, desde luego, con la trastasera. Hay montones de ritmos que se cantan en Chiloé, la última colonia española en Chile. Cuando este país logró su independencia, aún había españoles en Chiloé, la isla grande. De manera que ahí permaneció más la herencia española, la herencia cultural, la guitarra, por ejemplo, funcionaba mucho más ahí que en el resto de Chile. Cuando yo llegué a Chiloé me acuerdo que todo el mundo tocaba guitarra. Tenían guitarra en sus casas y todo eso. Cantaban lo que podían. No había radio, no había televisión. Escuchaban cuando pasaban grupos a la isla grande. Más por favor”.

“¿Cómo surge El exiliado del sur, cuando musicalizaste una obra de Violeta?”

El exiliado del sur es una canción hecha de una manera rara. La Violeta no la conoce, nunca la escuchó. Resulta que René Largo Farías, que era nuestro promotor, y el jefe de “Chile ríe y canta”, que nos paseaba por un montón de lados a un montón de gente, me dice un día: ‘apareció un cuaderno con las Décimas de Violeta. Échale una mirada porque hay textos muy lindos y ninguno tiene música. Es un libro de décimas. No son canciones’. Alguien me lo pasó, lo conseguí y la primera canción que abro es El exiliado del sur, pero no tiene ese título. Empieza así: Un ojo dejé en Los Lagos. Así se llamaba antes. Entonces decidí ponerle música, hice todo lo que la gente cree que es al revés. Cree que la música es de Violeta y el texto es mío. El texto es de Violeta corregido por mí, por razones especiales. Por ejemplo, son versos femeninos. Entonces en una parte decía:

mi falda en Perquilauquén
recoge unos pececillos.

Yo no usaba minifalda ni en Escocia, por lo tanto dije: ‘bueno, esto lo voy a sacar y metí otra cosa:

mi boca en Perquilauquén
sopla sobre un caramillo.

Eso era más o menos todo. El origen de esa forma es una forma folklórica de San Fabián de Alico, que se llama el cuerpo repartido. Yo no la conocía y cuando vi eso me llamó la atención eso exactamente:

Un ojo dejé en Los Lagos
por un descuido casual,
el otro quedó en Corral
en un boliche de tragos
…………………………………..

En fin, una bola va p’allá, otra va p’allá, la cabeza va allá, el pulomón p’allá, la lengua…se reparte el cuerpo por todo Chile. El cuerpo repartido se llama eso. Yo creo que debo haberle puesto El exiliado del sur porque todo transcurre en pueblos del sur. De Santiago p’ abajo. Ninguno en el norte en el texto original. Entonces puse El exiliado del sur: lo habían expulsado de todas estas ciudades al exilio: que no vuelva más. Pero a lo mejor debí haberle puesto El cuerpo repartido, que es más sonoro y más desafiante. Errores que uno comete”.

Micaela Navarrete: “Quiero decir que el cuerpo repartido es un tópico de la poesía en décimas y lo usan mucho los poetas populares. Aparece en la Lira popular, la antigua poesía en décimas, también en Argentina lo que recogió [Juan Alfonso] Carrizo. Es un tópico que viene de España, muy bonito, que cambia los lugares, claro”.

 Micaela Navarrete


Patricio: Lo que pasa es que yo nunca había leído un poema así. Yo viví en Francia, trabajé mucho con los juglares, los trovadores y todas esas cosas, que andaban de castillo en castillo dando noticias, muy parecido por demás a lo que hacían los chilenos acá, los de la Lira popular, que hablaban de asesinatos, de golpes de Estado, de traiciones, de fusilamientos, de incendios, naufragios. Eran como las noticias en verso. Y yo me acuerdo que en una época yo era periodista y trabajaba en un diario que se llamaba La Patria, en Concepción. Entonces le propuse al director crear una sección que él le puso “Versos prosaicos”. Él no entendía un c…de poesía y le puso ese título. Y yo me llamaba “El Pedernero”, que es el nombre que le dan al diablo en un poblado que hay de Rancagua más abajo. De allí viene el nombre de “El Pedernero” que yo usé como seudónimo. Y había orden estricta de no decir que yo era “El Pedernero” entre los periodistas. Y de repente llegaba gente que decía: ‘¿dónde puedo encontrar al señor Pedernero?’ Todos querían darme información para los versos. Y eso es lo que hacía la Lira. Llegaba, suponte, Carlos de Inglaterra (allá todos los reyes se llaman Carlos) y entonces yo escribía una décima de cuatro estrofas, comentando la noticia en versos. Y ahí me entrené, durante muchos años, en versificar fácilmente. Una décima por noche. Entre medio sonaban las noticias, sonaban los teletipos, y yo estaba escribiendo mis poemas. Tengo la colección. Y está en la Biblioteca Nacional. Ustedes tienen la colección de La Patria de los años 1961 – 62 – 63 y ahí están todos los poemas. Pueden hacer un libro con eso. Era muy divertido porque eran noticias del día que se comentaban, a nivel nacional e internacional, la guerra de no sé dónde, un asesinato por acá, etc”.

“Nicanor Parra tiene un poema: Noticiario de 1957

Patricio: Sí.

“¿Cómo fue tu relación con ella desde lo poético? ¿Vos empezaste a escribir, a componer junto con ella o habías trabajado antes con tus poesías?”

“Cuando ella llega a Chile yo tenía ya dos discos de 12 canciones cada uno, o sea, 24 canciones que por lo menos puedo garantizar que ya estaban escritas. El disco tiene fecha y todo. Y tenía otras canciones del repertorio de la Peña que fui grabando. Ahora tengo más o menos 500 canciones. Y al mismo tiempo empecé a escribir novelas. Después seguí con crónicas. Intento utilizar la prosa como puedo, y la poesía también. Pero cuando ella llega yo era conocido. Ya había escrito Arriba en la Cordillera, por ejemplo, que es la primera canción de la Nueva Canción Chilena por la fecha que tiene (abril de 1965). Creamos la Peña y yo hice la Cordillera ahí. Precisamente es la primera canción que se escribió ahí en la Peña. Y hasta el día de hoy la estoy cantando, porque no me dejan bajar del escenario si no la canto. Y hay más versiones. Me dijeron que la Soledad [Pastorutti] está montando una nueva versión. Teresa Parodi, que fue Ministro [de Cultura] también. Nos contó a nosotros dos: ‘yo hice mi carrera con Arriba en la Cordillera. Era la canción de fondo de todos los recitales en Argentina y fuera donde fuera. Y hay también cosas trágicas, por ejemplo: un grupo argentino llamado Los Tucu Tucu. Grabaron Arriba en la Cordillera y venían desde el sur y se les atascó el auto en las vías del ferrocarril. Apareció un tren y los hizo pedazos a los cuatro. Cuando vine a Buenos Aires busqué el disco hasta que lo encontré [“Vida”, de 2001]. Yo no los conocí personalmente, sí a Los Trovadores del Norte. Fuimos muy amigos. Pero con los Tucu Tucu no me encontré nunca”.

“Aquí te hiciste muy conocido por las versiones de Inti-Illimani”.

“Lo que pasa es que yo tengo una sociedad con Horacio Salinas, el director de Inti-Illimani Histórico. Los otros son los Inti-Illimani “histéricos”. (Risas). Con el Loro tenemos una sociedad. Yo escribo un texto y se lo paso y el Loro le pone la música al tiro. A la mañana siguiente está grabado ya. Una cosa increíble. Hemos hecho canciones por teléfono: ellos vivían en Roma y yo en París. Nos hablábamos así. Le decía: ‘mira, grábame esto’ y le leí un texto. El Loro lo registraba así y empezaba a meterle pata al tiro, y enseguida tenías la canción. Incluso hicimos unas cosas rarísimas: un día me mandó una música que estaba basada en el poema de un venezolano (Aquiles Nazoa). Entonces yo le dije: ‘yo puedo hacer unos versos mejores que los de Aquiles Nazoa. Los voy a sacar y voy a poner los míos’.  Ustedes deben recordar la canción, está en uno de los discos de los Inti y se llama Cantiga de la memoria rota. Es sobre un tipo que recuerda todo al revés. Yo estuve tanto fuera de Chile: las cosas no son lo que fueron, no están en los lugares…es un tema que es como constante en lo que yo trabajo. Porque tengo una novela que se llama De repente los lugares desaparecen. Está publicada en Francia. Yo creo que aquí en Argentina no está; en Chile la publicaron. Se le enturbia la memoria a un tipo “X” y ya no recuerda dónde exactamente trasuntan sucesos de cada cosa. Entonces le mando ese texto con la música del Loro y el Loro me dice: ‘no, este texto merece otra música’. Sacó la música, así que desapareció Nazoa, Horacio Salinas con la primera versión,e hizo una música  que es la que quedó ahora. O sea, hay dos canciones que se pueden cantar con la misma música… y los textos que se fueron, se fueron al canasto de la basura. Nunca fueron grabados, ni nada”.





“De lo que Violeta cocinaba en la Carpa, ¿qué era lo que más te gustaba a ti?”

“La Violeta era especialista en empanadas, en asado, en ese tipo de cosas, en sopaipillas  pasadas[especie de tortas fritas], chacolí [vino] y unos tragos raros que hacía,  licor de oro y vino, por supuesto. Yo le cobraba en vino, porque si le cobraba en dinero no había caso. ‘Dame una garrafita pa’ los chiquillos y pa’ mí cuando terminemos, para hacerte los honores’.


“¿Arriba en la Cordillera la escribiste en la Carpa?”

“No, es anterior. La escribí en 1965, cuando estábamos haciendo la Peña y todo eso. Y la Carpa todavía no nacía, porque la Violeta estaba cantando en ese momento con nosotros. Voy a cometer una infidencia atroz: la Violeta era jefa. Y llegó de Europa, vio lo que estaba pasando, vio las filas de gente esperando para entrar a la Peña cuatro veces por noche. Hasta con paraguas estaba la gente esperando para entrar. Y la Violeta se dio cuenta de lo que había y dijo: ‘ésta es la mía’. Nos dijo a nosotros: ‘bueno, acá vamos a hacer lo siguiente’. Y Ángel le dijo: ‘Violeta, acá no se va  a hacer lo siguiente. Esto es una cooperativa y cada decisión es grupal.  Si uno dice que no, no se hace’. Y la Violeta se indignó tanto que se mandó a cambiar y consiguió la carpa. Porque quería ser jefa de algo. Con doble sentido le puso “Carpa de La Reina”. Porque tú lo puedes leer como “la Carpa de la Comuna de La Reina” o como “la Carpa de la Reina del Folklore”, que era ella. No daba puntada sin hilo.”


“Leí  que ustedes querían hacer una gira aparte y Ángel no quería saber nada”

“Sí, se puso groseramente en jefe un día. Dijo: ‘nadie se mueve de la Peña’. Y había gente que nos quería contratar para hacer giras por Chile. Nos convenía a nosotros que la gente nos viera porque habían escuchado hablar de la Peña, a veces por radio, a veces por televisión, pero no nos habían visto nunca cantar en persona.  Y Ángel nos prohibió. Entonces un día iba a tomar un vaso con Víctor y con Rolando. Entramos al bar. ‘Oye, ¿qué hacemos con esto? René Largo Farías quiere llevarnos al norte. Yo no conozco el norte y quiero ir al norte, ya’. ‘Yo también’, dijo Jara. ‘Hagamos una cosa: vámonos al norte. Le decimos. Volvemos en dos semanas más y listo. Arréglate como puedas. Contrata a alguien’. Nos dijo: ‘el que se va no vuelve más a la Peña’. Pero Ángel se dio cuenta de algo atroz: que la gente llegaba y decía: ‘¿está Patricio Manns?’ ‘No’, ‘¿Víctor Jara?’ ‘No’. ‘¿Alarcón?’ ‘No’ Y se iba. Entonces cuando llegamos, y estábamos “echados”, tanto que empezábamos una carrera de solistas. Un día llegó Ángel a mi casa pa’ hacer las paces. Se sentó y dijo: ‘compañero, te necesito. Realmente la Violeta dijo una vez: ‘ustedes no deben separarse nunca, porque son los cinco. Además tienen un exquisito trato y están haciendo algo maravilloso. Toda la gente joven de Chile anda con las guitarras tratando de alcanzarlos a ustedes ¿Cómo se van a ir?’ Le dije: ‘mira: una cosa. Yo vuelvo a la Peña pero si me contratan para una gira tú no te opones, ni hay peleas, ni me vas a echar ni nada’. Volví con esa condición. Y me la pasaba viajando porque todo el mundo quería contratarnos. Estaba Ricardo García, que tenía un show que llevaba pa’arriba y p’abajo, Largo Farías también, otra gente que producía espectáculos. Así que lográbamos mucho trabajo pero a todo lo largo de Chile, no encerrados en la Peña.  Que la Peña era cruel porque era para muy poca gente, la entrada era carísima, era incómoda, tenías que chupar en unas mesas que eran mogotes de madera  así cortados. Se chorreaba el agua en el invierno, la gente estaba amontonada unos contra otros. De repente llegaban los medio curados [ebrios], sacaban el pisco y se pegaban un garrotazo. Ángel los echaba, por supuesto. Entonces, estaba llena de inconvenientes. El problema era que los proletarios, los obreros, los campesinos no podían entrar a la Peña porque se sentían en otro mundo. La Peña fue capitalizada por la burguesía del Barrio Alto. Casi todos eran médicos, abogados, ingenieros, gente así. De izquierda, o a veces no.  Querían conocer a la Violeta o al Ángel. Llegaban y ya. Ángel estaba casado con Marta Orrego Matte, ni más ni menos. El hijo se llama Ángel Cereceda Orrego Matte, de terror, pero se hace llamar Ángel Parra (h).


“Hay una película sobre esa época…”

“Seguramente. Se ha filmado mucho. Debe haber más de una. Porque era la gran novedad. Como noticia: la gente que iba, los comentarios de la gente. Los periodistas se sentaban ahí a grabar cosas. Nos grababan a nosotros. Y casi todas las noches había un estreno de canciones. Entonces era relindo. Había una novedad siempre. Hay que imaginarse que de repente Jara diga: ´hoy estreno una canción’. Voy a contar esa anécdota. Su mujer era inglesa, Joan Turner. Él consiguió la invitación para ir a Londres y se fue. Era plena explosión de los Beatles, los Rolling Stones y toda la cosa. Entonces se empapó de los Beatles como loco, los siguió por toda Inglaterra, se tomó fotos con ellos, comenzó a copiar las ideas de las carátulas [de los discos]. Yo estoy una noche en la Peña, preparándome, afinando tranquilo. Llovía, me acuerdo. No llegaba nadie todavía para cantar esa noche. Y de repente se abre la puerta y entra Víctor Jara, que viene de Londres y me dice: ‘oye, weón, llegué esta mañana´. ‘¡Chuta! Y cuéntame, ven pa’cá, dame un trago’. Encargamos una botella al tiro para celebrar el reencuentro. Era la excusa. ‘Escribí una canción’, me dijo, ‘hace poco, con ciertas experiencias que tuve allá. Te la voy a cantar’. Sacó la guitarra  y me canta una canción: Te recuerdo, Amanda. Yo recuerdo que se me caían las lágrimas. Y me dijo: ‘oye, ¿por qué no me dijiste que te iba a hacer tan mal esta cosa?’ ‘No, si todo lo contrario, me está haciendo bien, llorar por cosas que además no son mías, son tuyas’. Y lo aleoné. Y la cantó con un éxito de locos. Lo presenté yo. Siempre tuve la sospecha de que esa canción viene de Eleanor Rigby, una canción de los Beatles. Que también habla de la obrera; acuérdense que en esos dibujos animados está sonando la canción y aparece un tipo con una moto, con lentes de motonetista inmensos, una boina de cuero, y se para frente a una ventana detrás de la cual hay una mina cosiendo en una máquina. Está sonando Eleanor Rigby. Entonces yo siempre dije: de alguna manera hay una relación entre Te recuerdo, Amanda, la fábrica, todo eso y Eleanor Rigby, aunque no conozco el inglés, así que no conozco el texto realmente. Lo saco porque vi el film donde aparece el tipo, que además, empieza a llorar y las lágrimas caen por el disco del anteojo y empieza a mirar para abajo. Impresionante. Son hallazgos que se producen muy rara vez en cualquier orden en relación con el arte”.


“Vos dijiste que cuando se fue Violeta a su Carpa de La Reina no iba nadie. Vos ibas para llevar gente que iba a la otra peña. ¿Los hijos iban también a apoyarla?”

“Si quieren que les diga la verdad, con la mano en el corazón, nunca los vi en la Carpa. Cuando ella se mató estaban en Algarrobo, o por ahí. Como persona que estaba allí nunca los vi ir a cantar, ir a ayudar a la vieja. Íbamos a costa nuestra, con todas las cosas, sabiendo que no había vuelta, éramos cinco. Pero decíamos: ‘hay que ayudarle’ y la autorizaba a poner [el aviso de la actuación] en El Mercurio porque la gente leía allí para ver qué había en la noche y aparecían en La Carpa de La Reina Patricio Manns y otros gallos más. Y a veces llevábamos a [Daniel] Viglietti, a los cubanos Silvio [Rodríguez], Pablo [Milanés] también los llevábamos a la Carpa: ahí se llenó. Pero cuando ella estaba sola había quince personas, cuando había capacidad para mil quinientas personas. Yo no sé si cuando yo no iba iban ellos. No sé. Pero habría sido raro. Siempre andábamos juntos”.


“Si Violeta no se hubiera suicidado y Víctor no se hubiera muerto como murió, nosotros hubiéramos conocido, crees tú, todas las composiciones maravillosas?”

“Yo creo que no. Porque ya habría ejemplos en el pasado de gente que, sin morir, alcanza la inmortalidad en vida aquí. Pero ella no iba p’allá. Ni Víctor ni ella. No estoy haciendo un juicio sobre lo que ellos componían, ni nada. Es que el público no daba con ellos. Cuando la Violeta se mató abrió el cajón de la inmortalidad pa’ ella.  La gente saltó sobre el disparo y se encuentra con este tremendo monstruo. Y esa belleza, y todas esas cosas, ahí se llenaba la Carpa de la mañana a la noche. Porque ya estaba muerta. Ese es el problema de los chilenos. Aquí en Argentina, por ejemplo, he ido en la camioneta de Víctor Heredia y los taxistas y todo el mundo le toca la bocina porque lo reconocen a él en las calles. Y cuando con Mercedes Sosa íbamos a un restaurante toda la gente que entraba veía a ‘la Negra’ e iba a saludarla. Respetuosamente. En Chile eso no pasa. Pasa, pero muy raramente. A mí a veces me gritan: ‘¡Pato Manns!’ y yo le hago así porque pato significa ‘maricón’ en Cuba. Silvio Rodríguez me dijo: ‘no aceptes que te llamen pato, huevón’. (Risas).

María José Fontesilla: “Vamos a cerrar esta presentación. Me parece muy bonito todo lo que se produjo aquí. Agradecida a Patricio y a Daniel. Porque de eso se trataba: de poder relanzar este libro precioso que hizo Patricio Manns en los ’70. Agradecida a la Fundación El Libro por permitirnos estar aquí con el homenaje a una de las más grandes artistas latinoamericanas como fue Violeta Parra. Agradecida a que todos ustedes hayan venido. Agradecida a la DIBAM y a los organismos que han hecho posible este encuentro una vez más, con un poquito de la Violeta en este lugar. Gracias a todos”.

(Aplausos)

Patricio Manns: “Violeta Parra, la guitarra indócil”
Editorial Lumen (Penguin Random House Grupo Editorial)
Santiago de Chile, 2017




Agradecemos la colaboración del Centro Cultural Matta (Embajada de Chile en Argentina)

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