jueves, 29 de septiembre de 2011

Daniel Viglietti recuerda a Mario Benedetti

Recital en el Teatro SHA
Sarmiento 2255, Buenos Aires
Viernes 23 de septiembre de 2011



         Mario Benedetti (1920-2009) ha sido una de las más grandes personalidades de la literatura latinoamericana. Destacado escritor, ensayista y poeta, se integra a la redacción del semanario Marcha en 1945, año de publicación de su obra La víspera indeleble. Su relación con Argentina comienza en 1938, residiendo tres años en Buenos Aires. Muchos años después, en 1974, la película La tregua, dirigida por Sergio Renán, basada en un libro de Benedetti, es nominada al premio Oscar a la mejor obra cinematográfica extranjera. Por otra parte, Alberto Favero musicaliza varios poemas del autor uruguayo para ser interpretados por la cantante Nacha Guevara, recordándose su versión de Por qué cantamos.

         Daniel Viglietti, nacido en 1939, es uno de los cantautores uruguayos más interesantes por el alto nivel artístico de su producción. Sus padres, Lyda Indart, pianista, y Cédar Viglietti, guitarrista, le enseñaron lo mejor de la música culta y popular, logrando Daniel una extraordinaria síntesis de ambos “mundos”. Su primer disco da cuenta de ambas corrientes: por un lado las Seis impresiones para canto y guitarra, breves y hermosas ópera primas, y por otro creaciones propias y ajenas con un sentido más popular como Tú que puedes, vuélvete, de Atahualpa Yupanqui y la que será una de las canciones más conocidas de Viglietti: Canción para mi América, popularizada por su frase “Dale tu mano al indio…”.

         El encuentro entre ambos artistas está lejos de ser casual. Coincidencias éticas y estéticas los hermanan, así como el noble espíritu de la nacionalidad uruguaya que se proyecta al resto del mundo en música y verso. La primera colaboración se da a través de Cielito de los muchachos, poema de Mario musicalizado por Daniel, quien la incluye en su disco del año 1971 llamado “Canciones chuecas”. Los golpes de Estado en Uruguay (1973) y Argentina (1976) obligan a ambos creadores a vivir alejados de Sudamérica. Se reencuentran en Cuba en 1978, donde reciben la propuesta de actuar conjuntamente en México, sumándose a otros artistas de ese país. Dicha propuesta será el germen del espectáculo A dos voces, que se realiza por primera vez en la nación azteca y que gozará de un merecidísimo éxito en todas las ciudades donde se realiza. Lo interesante del espectáculo radica en la complementación de poesías y canciones enlazadas por temáticas similares. El compromiso político de Mario y de Daniel agrega interés al viaje que ambos proponen, y que a través de la palabra y la guitarra, atraviesan buena parte del siglo XX, dejando registrada una mirada aguda pero humana, realista y a su vez idealista.

Daniel Viglietti y Mario Benedetti según la carátula del disco "A dos voces" (1985)




         A dos voces pudo ser disfrutado por los públicos uruguayo y argentino en muchas ocasiones. La partida de Mario pudo haber implicado el fin del ciclo, pero su amigo entrañable, Daniel Viglietti, ha querido recordar al poeta a través de grabaciones, videos y fotografías que interactúan con la presentación en vivo del cantor popular. El recital comienza con obras de Daniel: Aire de estilo, el citado Cielito de los muchachos (con letra original de Mario) y Milonga de andar lejos. A partir de allí comienza la recreación de aquel original espectáculo compartido: hay un primer homenaje a la luchadora popular de origen paraguayo Soledad Barrett (1945 - 1973), quien fuera amiga de ambos artistas: a un fragmento de Muerte de Soledad Barrett de Benedetti le sigue la canción de Daniel titulada sencillamente con el nombre de la muchacha asesinada en Recife (Brasil). Al profundo homenaje le siguen Defensa de la alegría, recitada por Benedetti (y que rememora la versión que hiciera Joan Manuel Serrat) e Identidad, de y por Viglietti.

El recuerdo de Chile a comienzos de los años 70 está presente en el poema Allende, de Mario, homenajeando al “compañero presidente”, mientras que Daniel evoca aquellos años de la “revolución con olor a empanadas y vino tinto” en su bella canción Por todo Chile. El tango, ritmo compartido por montevideanos y porteños, no podía estar ausente. Los versos de Bandoneón, con ese estilo tan particular de Benedetti, con especiales toques de humor, se alterna con el intento de Viglietti por adentrarse en esta música: su canción se titula No tan gotán. Un tema tan delicado como el de los detenidos-desaparecidos no puede estar ausente en la obra de estos prolíficos creadores: Desaparecidos, perteneciente al libro “Geografías”, y la versión musicalizada del poema de Circe Maia Otra voz canta conmueven profundamente por la delicadeza y profundidad con que Mario y Daniel nos acercan su trova.

Enlace a video "Allende / Por todo Chile"
http://www.youtube.com/watch?v=vfH6QPlZS4c

         Una grabación del poeta recitando Me voy con la lagartija precede a dos obras ingeniosas: una selección de los Refranívocos, de Mario, y la canción de Violeta Parra El diablo en el paraíso, ambas en la voz y guitarra del cantautor montevideano. Antes de despedirse, Daniel nos acerca una segunda versión del Cielito de los muchachos, que se diferencia de la original por contener versos agregados por el propio autor, Mario Benedetti, en el año 2007. Tras un largo período de aplausos y vivas, Daniel regresa a escena para seguir deleitándonos con estas obras a dos voces: No te salves (en una grabación por Mario) y A desalambrar, aquella canción compuesta a finales de los 60 que así como se esparció por otros países de habla hispana generó las reacciones más negativas de los poderosos de turno en el Uruguay, que ni lerdos ni perezosos optaron por censurarla y retirar los discos de Viglietti de los puntos de venta. El segundo de los bises nos vuelve a traer la voz del poeta en una obra que no figura en los discos: Soliloquio de los desaparecidos, a la que se suma una canción aun inédita: Tiza y bastón, dedicada por Daniel a la maestra Elena Quinteros, detenida y torturada en Montevideo. Cuenta la historia que Elena trató de refugiarse en la Embajada de Venezuela en esa capital, pero fue capturada allí mismo por los represores; su madre siguió buscándola todos estos años hasta su muerte. A ella alude el bastón del título. En honor a la solidaridad venezolana, Daniel interpreta esta canción con el cuatro, instrumento típico de ese país.  Cierra el ciclo el irónico Pregón de Benedetti y La llamarada, con versos de Julián García y música de Jorge Salerno que a estas alturas es ya un clásico del repertorio del trovador de la otra orilla.